martes, 16 de abril de 2013

Un ave cruzando el cielo

¡Déjalo ir! dijo ella, desde el otro lado del espejo.
Como si pudiera desvanecerme en el aire con sólo desearlo.
Como si pudiera soltar todo aquello
que día a día me aplasta contra el suelo.

¡Déjalo ir! volvió a decir,
y reconocí mis ojos en sus ojos,
mi silencio en su silencio,
mis miedos, mis errores, mis odios,
todos ellos en los pliegues de su rostro,
todos ellos en los restos de su aliento.

Pero es esto lo único que conozco:
la eterna lucha que justifica mi existencia
y que justifica mi infierno.
¿Cómo renunciar?  ¿Cómo perder? ¿Cómo soltar?
No puedo. No debo. No quiero.

Ella sonríe, con sus dientes gastados,
su mirada compasiva y un susurro en los labios:
Estás aquí, hermano, porque ya has perdido.
¡Anímate! ¡La guerra ha terminado!
Es hora de curar.
Es hora de soltar.
Así que déjalo ir,
de una vez por todas:
¡Déjalo ir!

**
Pasa un ave cruzando el cielo,
y es extraño no sentir el peso que me amarra...
Siento en cambio cómo se abren mis alas, lentamente,
y cómo el viento, con voz pausada, me llama
y me invita a alzar el vuelo.