viernes, 31 de agosto de 2012

By my side

Wait,
I don't want for you to go,
just lie with me a little while,
just wait until the morning comes

Stay,
you don't need to ever leave again,
just stay and smell my skin once more,
and I promise I won't fade away

Because I want you to get to me
to take away all this hate in me
to shine so bright in this darkest night
and to feel all the things that are
crushing me into the ground

Go,
If you really want to go, just go,
just leave and walk away,
I'm not begging you to stay anymore.

You see,
you need to understand one thing,
I'm only walking half the way,
the rest you have to do it yourself.

But if you do I know I'll be with you
all the time that you want, that you need me to,
I'll make you smile, or at least I'll try,
every day, every night that you stay in my arms.
I'll show you my scars, tell you what they mean,
I'll take care of yours like the softest breeze.
So come on girl, let's pick a fight
'cause the world is fucked but we'll win if you're standing by my side.

jueves, 23 de agosto de 2012

Un luthier

Un luthier, en su taller,
que diariamente pule la madera,
dobla el metal, tensa la cuerda.

Un luthier que cada día se entrega
como quien escribe un poema,
como quien entiende de poesía.

Un luthier y su breve artesanía
que en manos de otros hablará en sonidos,
palabras y pensamientos.

Un luthier que elabora su instrumento
con la esperanza de mil corazones
entregados a un rasgueo de guitarra.

Un luthier que lucha, sufre y ama
cada instante, cada momento
en el que intenta darle forma al alma.

Un luthier de la vida, y de las mil vidas
que crea y sueña cada día:
nada más quisiera ser.

viernes, 3 de agosto de 2012

Sal del sótano

I am the key to the lock in your house
that keep your toys in the basement

 Climbing up the walls 
Radiohead

1.

El hedor llegó muy temprano en la mañana, justo después de despertar. Intenso, demasiado penetrante, parecía que saliera de todas las esquinas de la casa. Me levanté y empecé a revisar todo: el baño estaba impecable, la cocina suele mantenerse casi sola después de las renovaciones de hace un par de meses, pero aún así volví a mirar cada rincón, por si había quedado algo al fondo del congelador, o por si algo hubiera caído detrás de la nevera, pero nada. El salón tenía el mismo desorden de siempre, lleno de colillas y vasos vacíos, pero nada en especial que emitiera ese olor desagradable que cada vez se hacía más pesado, más presente. Abrí las ventanas, dejé que corriera un poco el aire, pero nada cambió: el hedor no solo persistía, sino que se hacía insoportable, más aún con el calor que entraba de fuera. 

Entonces recordé la puerta del sótano.

Habían pasado meses desde la última vez que me limité a pensar en aquella puerta, al final del corredor. Nada había tenido que buscar allí, nada que esconder desde aquel día en que tiré mil cosas después de la renovación, para luego cerrarla con llave y olvidarme de ella y de sus viejos recuerdos. Y de Él. Sobre todo de Él, ese que en ocasiones veo merodear por las noches, entre sombras, ese que deja de vez en cuando alguno que otro recuerdo, ya pulido y brillante, sobre la mesa de noche mientras duermo: aquel-que-vive-allá-abajo, a quien temo lo suficiente como para no extrañarlo. Algo, seguramente, ha pasado. El hedor sube por las paredes. Tendré que encontrar la llave de nuevo.


2.

El sótano es un espacio del mismo tamaño de la casa, con delgadas columnas construidas de botellas vacías, páginas rayadas y pequeños objetos que parecieran endebles, pero que mantienen el techo (mi suelo) en un estable equilibrio. Son tantas las columnas (no las había visto hace tiempo) que recuerdan un extraño laberinto de árboles secos, que parecen vibrar y respirar con cada paso que doy mientras me acerco al fondo de la habitación, en silencio, como si no quisiera despertar todo lo que yace ahí dormido. Al final de todo, junto a la pared del fondo, estaba el problema: una columna se había roto y de ella manaba un extraño líquido, nauseabundo y oscuro, que había encharcado todo el suelo. Frente a aquella ruptura estaba Él, en cuclillas, escuchando más que mirando (poco se puede ver en esta oscuridad) el sonido de la putrefacción caer lentamente, infectando todo lo que tocaba. 
--Es de las más antiguas--dijo sin darse vuelta. Era claro que sabía de mi presencia mucho antes de llegar--Pensé que ya estaba sólida pero algo parece haberse suelto durante la noche.
--¿Alguna idea? En la casa no se puede estar con esa peste.
Él giró sobre sus pies y me entregó esa mirada condescendiente que siempre me hizo odiarlo, como si escuchara a un idiota al que hay que explicarle todo. Supongo que no le falta razón: la vida en la superficie es tan distinta a la que hay aquí abajo que siempre intento no bajar. Él, en cambio, parece muy a gusto aquí, entre el sudor, las lágrimas y toda la mierda que se acumula en una vida.
--Algo se me ocurrirá... mientras tanto ven, toma un café, hace tiempo no hablamos.
La sola idea de beber algo en medio de la inmundicia me hizo brincar el estómago, pero en su tono se notaba más una orden que una sugerencia. Fue hasta otro rincón de la habitación y trajo dos tazas blancas, muy limpias, casi brillantes: siempre ha tenido un don para sacar brillo a lo que parece acabado. El olor y el sabor fuerte del café me hizo olvidar un poco donde estaba.
--¿Las reconoces? Son las tazas de la abuela... seguro que ya ni te acordabas
Tenía razón, pero preferí ignorarlo. Preferí hacer como si lo ignorara. 
Después de un largo silencio, bastante incómodo, empezó con el interrogatorio: cómo estaba la superficie, que tal habían quedado las obras, si al final la cocina solía mantenerse tan limpia como siempre había querido... le respondí con la verdad, tal vez animado por el café: que las obras habían ayudado mucho pero que no me sentía del todo bien, como si algo faltara, como si algo se me hubiera olvidado en medio de la limpieza. Que en ocasiones quería dejar todo tirado y salir y volar y huir sin mirar atrás, que habían días, no todos, pero días, en los que se me hacía demasiado difícil continuar esa vida, de frente a toda la gente... Entonces me miró a los ojos con un odio y una furia que nunca había visto, que nunca me habría imaginado que pudiera existir. Todo el bosque de columnas parecía respirar con Él, como si latiera con cada latido que retumbaba ahora en mis oídos, como si el mismo sótano quisiera saltar sobre mí y acabarme en un instante de dolor y humillación. 
--¿Difícil?--dijo al fin--¿me dices a mí, justo aquí, que tu vida te parece difícil?
El hedor regresó, esta vez con violencia, esta vez contagiando todo mi cuerpo, llenando mi cabeza de un sopor inaguantable. Con miedo, con vergüenza, con toda el desprecio que sentía manar de aquel ser que ha vivido años en la oscuridad, bajé la cabeza en deshonra. Y entonces la vi, la causa de la avería: a mis pies, en medio de un charco oscuro, estaba una piedra de río pintada por un niño que vivió hace mil años, ese único regalo que le había dado, con toda su ilusión, a un padre ausente. "Feliz día", decía en letras rojas, escritas con dedos que solo tenían tres años, esos mismos dedos que en ese momento empezaron a doler, como empezaban a doler los brazos, las piernas, todos los huesos. Cuando el dolor llegó por fin a la garganta, ahogando un grito contenido, ya todo fue oscuridad.


3.

Desperté con el rostro hundido en ese charco que antes parecía nauseabundo, y que ahora me alegraba ver y sentir, como si sólo me importara despertar. Él estaba a mi lado, fumando lentamente, mirándome como suele ver esos pequeños desperfectos que surgen de vez en cuando, como intuyendo por donde empezar a limpiar toda la mierda y dejarme brillante, como las tazas de la abuela. Yo sentía, en medio de toda aquella  inmundicia, esa extraña tranquilidad del final de las cosas. El suelo seguía encharcado, pero ya la columna averiada estaba de nuevo en pié, más sólida aún. Cuando logré incorporarme, Él me pasó un cigarrillo que encendió con el suyo, y por un instante fumamos en silencio.
--¿Hace cuanto murió?
--Unos dos años. Recuerdo que hacía calor. Igual, nunca hemos sido buenos con las fechas
Sacó del bolsillo la causa de la avería. Ahora estaba limpia, las letras rojas contrastando con el fondo blanco. El único recuerdo fijo de nuestro padre y ninguno de los dos podía acordarse de ese día. 
--Mi vida está aquí-dijo por fin, mirando su mano-Yo la escogí porque es el único sitio donde me siento completo, intentando solucionar lo indescifrable, como quien quiere entender un laberinto eterno. El tuyo está allá arriba, con todos los demás. Ese fue el trato. Ese fue el acuerdo que hicimos hace años, ¿recuerdas?
--Lo recuerdo... 
Sonrió. Hacía años años que no lo veía sonreír. Se acercó muy despacio, luego me limpió la cara y el pelo, me ayudó a levantarme, me sacudió la ropa y me dio un golpe en el hombro. Nunca lo quise tanto como en ese momento.
--Ten -me dijo suavemente, mientras ponía aquel recuerdo en mi mano-- Tenlo siempre, y recuerda todo lo que significa.
Lo miré un momento... en su tiempo me parecía una piedra pesada, digno de llamarse pisapapeles. Ahora casi se perdía en mi mano.
--Mantén la cabeza en alto-- Me dijo, mientras me daba un pequeño golpe en la barbilla-- Recuerda que cuando la mantienes erguida, todos los que habitamos esta casa la levantamos contigo. Ahora, por favor, sal del sótano. Ya empiezas a hacer falta allá afuera.
La luz, al otro lado del umbral, brillaba cálida sobre mi piel.