viernes, 2 de diciembre de 2011

Rendez-vous (3/3)

La tarde caía sobre los árboles, lentamente. Siempre me gustó el parque en esa época, solitario, cuando la gente huye del viento y de la lluvia. Estaba mirando caer las hojas cuando te sentaste a mi lado.
--Esta bien el parque hoy, ¿no?-- dijiste--Siempre me gustó así... sin tanta gente.
--Si, siempre
Se te notaban ya los años. Tenías canas en el pelo y en la barba, y llevabas de nuevo las gafas puestas. Aún así logre notar las arrugas que tenías alrededor de los ojos.
--Son de tanto reírme-- dijiste sin que te dijera nada--Ya lo sabes, lo único que tienes que hacer en la vida es reír. Eso y morirte. Y ya está.
--Es bueno verte-- te dije con sinceridad
--Pues deberías, no he venido desde tan lejos pa sentirme despreciado! Ahora dame un cigarro, que ya casi no me dejan fumar.
Pensé en preguntarte de dónde venías, qué habías hecho en este tiempo, cómo te había tratado la vida, pero solo fue pensarlo para que me miraras con una pequeña sonrisa: "para qué quieres perderte la sorpresa" dijiste sin palabras. Me mordí los labios, saqué dos cigarros de la caja y empezamos a fumar.
--Ya estás mucho mejor, ¿no?
--Si-- confesé sin mucho problema-- mucho mejor.
--Me alegro... ya va siendo hora de empezar de nuevo a moverse, y lo que te espera no será fácil. Es mejor que estés bien.
Alguien pasó corriendo, ataviado con guantes y bufanda, pero corriendo, sin pensar. Sentí algo de envidia.
--No te preocupes--dijiste sin mirarme-- estarás corriendo en menos de nada
Seguimos fumando en silencio durante un rato. La tarde empezaba a caer, despacio, sin prisa.
--Pregunta lo que me quieres preguntar-- dijiste por fin. No me tomó mucho tiempo entender a qué te referías.
--¿Eres uno de los grandes?
--No lo sé, la verdad no lo sé... pero te puedo decir que nunca hemos sido pequeños. Ni siquiera en este momento.
--¿Volveré a estar así?
--Si-- contestaste sin dudar un segundo --Algunas veces será más suave, otras mucho más duras
--Me aterra pensar que cuando pase algo de verdad me derrumbe del todo.
--No te preocupes, para entonces tendrás un Máster en Caída y Recuperación... y eso siempre ayuda.
Aspiré el cigarrillo y boté el humo con fuerza. Inevitablemente, mi mirada fue hacia el suelo
--Recuerda siempre mantener la frente en alto--dijiste--recuerda siempre que tienes razones para estar orgulloso. Recuerda que si haces las cosas bien, siempre tendrás gente que te quiere alrededor... nunca olvides eso. Piensa que todas las cosas comienzan y todas acaban, y es lo que haces en la mitad lo que te define como persona. Intenta ver siempre el lado bueno de las cosas, pero recuerda que siempre tienen un lado malo y preparate para ello. Deja de darle importancia a cosas que no lo tienen, y centrate en lo que de verdad te importa. Ya tienes suficientes años para saber distinguir cuál es cuál. Ríe todo lo que puedas, trabaja duro para alcanzar tus metas: cuando las logres, sus frutos tendrán un sabor mucho más dulce. Se siempre fiel a ti mismo y no tendrás nada de qué preocuparte. Vive la vida, que aún te queda mucha. Disfruta cada segundo que te dan, aprovecha todo lo posible las oportunidades. Y se feliz. Con eso basta: lo demás vendrá por añadidura.
--¿Eres feliz?-- te pregunté, mientras levantaba la cabeza
--¿Tu que crees? ¿Estaría aquí si no lo fuera?
Sonreíste con toda la cara, como suelo hacerlo. Luego echaste una carcajada, un poco burlándote de mi, un poco recordando lo que habías sido antes de estar, otra vez, en esta banca.
--No sabes cuanto te envidio-- dijiste, mientras me acariciabas la cabeza en actitud paternal--Ya quisiera volver a tener tus años, y volver a hacer todo lo que he hecho. Lo que viene va a ser increíble, pero eso ya lo verás.
Luego te acercaste y me susurraste una frase al oído. Sonó de pronto el teléfono, cuando contesté ya no estabas.
--Quihubo pelao, ¿se pega a echarnos unas cañas por el barrio?
No pude evitar una sonrisa mientras dije tu frase:
--De una, mijo... hágale pa las que sea.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Rendez-vous (2/3)

No se cuantos días habían pasado desde entonces: ya la habitación mantenía un natural desorden, ya mis manos estaban llenas de quemaduras de tabaco, ya el cuerpo era una colección de golpes, raspones y heridas. No había rastros de sangre, no había ningún hueso roto, así que tampoco había llegado hasta el fondo. Pero esa mañana, después de levantarme con la boca seca y la cabeza resonando, Alba estaba sentada en la mesa de la cocina, fumando un café mientras miraba por la ventana. En un silencio un poco incómodo me serví también una taza y me senté a su lado. Ella no dejó de mirar hacia afuera en ningún momento.
--Pensé que te habías ido-- le dije, sin más
--Yo nunca me he ido, siempre he estado aquí... tu a veces eliges no verme, que es distinto
Tenía razón. No fueron pocas las veces en las que tan solo la ignoré, tal vez por hastío, tal vez por mi natural curiosidad.
--¿Qué tal estás?-- me dijo, dejándome por fin ver su rostro. Siempre me gustó verla bajo la luz de la madrugada, iluminada, tranquila.
--Bien-- dije, intentando mantener la compostura, pero ella supo enseguida que mentía. Me conoce demasiado bien.
--El otro día me encontré con Juan José
--Ya lo sabía... supongo que es normal buscar algo conocido cuando estás mal
--Supongo
Bebí un sorbo y agarré uno de sus cigarros, deseando tener un poco de whisky para el café.
--Si vienes por compasión te la devuelvo. No necesito que me ayudes
--Tu me llamaste, ¿recuerdas?
No lo recordaba... todos esos días habían sido como un sueño. Empecé a sentir el dolor en el cuerpo: supuse que estaba despertando. Sufres, ergo, existes.
--Me siento vacío-- confesé, por fin.--No logro entender nada de lo que pasa
--No pasa nada... estas igual que antes. Mira a tu alrededor y verás que todo es felicidad en tu vida. No se de qué te quejas
--Vale, esta bien... es solo que necesitaba caer un rato
--La gente grande no debe hacerse pequeña. De lo contrario no habría gente grande en el mundo.
--No se yo si soy uno de los grandes. Hoy me siento el más pequeño que todos.
Ella puso su mano en mi cara. Sus dedos eran cálidos, y sentí como me llenaban, lentamente, de su luz.
--Claro que eres uno de los grandes... de lo contrario no estaría aquí.
Luego quitó sus dedos con una suave caricia, y apagó el cigarrillo después de una larga bocanada.
--Pero eso es algo que debes entender tu solo... en eso no puedo ayudarte.
Sentí que el pecho me estallaba. Sentí que todo el dolor del mundo se enredaba en mi cuerpo. Sentí el peso de los días perdidos y el desespero de saberme distante. Intenté tocarla, alcanzar a agarrarla un momento y apretarla entre mis brazos, pero ya era tarde: ella empezó a deshacerse entre mis manos como el humo del cigarrillo. La mañana, que entraba ahora por la ventana, siguió su curso.