miércoles, 30 de noviembre de 2011

Rendez-vous (1/3)

Esa vez, mientras caminaba tarde en la noche de vuelta a casa, justo bajando por la Calle del Olivar me encontré de frente con Juan José. Lo reconocí enseguida, como quien se ve en el espejo después de un día en el campo, aunque habían pasado diez años desde la última vez. Me sorprendió que llevara un abrigo rojo: cuando lo conocí nadie podía sacarlo de su gabán negro, pero supuse que después de tanto tiempo era mucho pedir. Seguramente para él yo también había cambiado, y no poco.
"Algo de color nunca esta mal" me dijo, al darse cuenta de mi cara. En realidad se le veía muy bien, como una enorme bandera de alegría en medio de estos días grises.
"Ven", le dije, "vamos a tomarnos una cerveza".
No habían bares abiertos a esa hora, pero siempre puedes contar con el chino de la esquina. Compramos un par de latas y nos sentamos en la plaza, que seguía moviéndose a pesar de la hora.
"Por ahí me han llegado noticias suyas" me dijo mientras encendía un cigarro con la colilla del mío.
"Espero que nada malo"
"Nada, solo que anda por ahí haciéndose el pendejo".
"Supongo... si no usted no andaría por aquí".
Sonrió a medias, como solía hacerlo en su época. "Claro, hombre" dijo mientras me echaba el brazo por la espalda. "Usted sabe que puede imaginarme las veces que quiera".
Seguimos bebiendo un rato, intercalando las latas con los cigarrillos. Siempre supe apreciar esos momentos con él, cómodos, sin necesidad de romper el silencio.
"Bueno" dijo, mientras tiraba la quinta colilla al suelo, "y ahora, ¿podrías decirme por qué estoy aquí?". Yo llevaba ya un tiempo mirando la punta de mis zapatos, como intentando encontrar ahí la respuesta.
"No se" le dije, después de un tiempo, "supongo que necesito que me vuelva mierda"
Juan José me miro entonces, sus ojos le brillaban en la noche y sonreía con todos los dientes. Luego se me acercó y me susurró al oído: "Eso está hecho".

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